Manuel Atienza
1. El mejor consejo que puede
darse a quien desee argumentar bien en el Derecho o en cualquier otro ámbito es
prepararse bien. Picasso decía que la inspiración existe pero tiene que
pillarte trabajando. De manera semejante, la habilidad dialéctica,
argumentativa, existe, pero tiene que pillarte preparado, conocedor del fondo del
asunto. No se puede argumentar bien jurídicamente sin un buen conocimiento del
Derecho, de los materiales jurídicos, y de la teoría del Derecho, de los
instrumentos adecuados para manejar aquellos materiales.
2. Hay aspectos comunes a
cualquier tipo de argumentación, pero también rasgos peculiares de cada campo,
de cada tipo de debate. Por ejemplo, lo que es apropiado para una conferencia
(la exposición por extenso de una tesis) no lo es para el que participa en una
mesa redonda: una buena presentación de la tesis que se desea defender en ese
tipo de debate no tiene por qué ser una “miniconferencia”; lo importante aquí
no es efectuar una exposición completa, exhaustiva, sino más bien clara,
razonablemente informativa, que estimule la discusión y prepare de alguna forma
para, al final, persuadir al auditorio.
3. No se argumenta mejor por
decir muchas veces lo mismo, ni por expresar con muchas palabras lo que podría
decirse con muchas menos. La amplitud excesiva del discurso aumenta las
probabilidades de cometer errores y corre el grave riesgo de provocar hastío en
el oyente.
4. En una discusión, en un debate
racional, esforzarse porque el otro tenga razón —como alguna vez propuso
Borges— parece demasiado. Pero esforzarse por entender bien lo que el otro ha dicho
es una exigencia moral —en el sentido amplio de la expresión— que resulta
además bastante útil como recurso retórico o dialéctico: hace más difícil que
podamos ser refutados (por ejemplo, con un «yo no he dicho eso») y aumenta las
probabilidades de que nuestros contendientes estén también dispuestos a
entendernos bien.
5. Cuando se argumenta en defensa
de una tesis, no estar dispuesto a conceder nunca nada al adversario es una
estrategia incorrecta y equivocada. Hace difícil o imposible que la discusión
pueda proseguir y muestra en quien adopta esa actitud un rasgo de carácter, la
tozudez, que casi nadie aprecia en los demás. No es, por tanto, un buen camino
para lograr la persuasión.
6. Cuando se argumenta con otro,
uno puede tener la impresión de que los argumentos de la parte contraria
funcionan como una muralla contra la que chocan una y otra vez nuestras
razones. Por eso, una vez probada la solidez de esa defensa, lo más aconsejable
es ver si uno puede tomar la fortaleza intentando otra vía. Esa maniobra debe
hacerse sin desviar la cuestión. O sea, no se trata de disparar torcido, sino
de disparar desde otro lado, cambiando la posición.
7. La argumentación no está
reñida con el sentido del humor, pero sí con la pérdida del sentido de la
medida. Hay ocasiones en que no es apropiado hablar en broma (por ejemplo, del
holocausto, del genocidio de un régimen militar...) y hay bromas y bromas. Para
distinguir unas de otras, el mecanismo más simple y efectivo consiste en ponerse
en el lugar del que tiene que soportar la broma.
8. No se argumenta bien por hacer
muchas referencias a palabras prestigiosas, autores de moda, etc. Lo que cuenta
es lo que se dice y las razones que lo avalan: Diez consejos para argumentar
bien o decálogo del buen argumentador la calidad y fortaleza de esas razones
son responsabilidad exclusiva del que argumenta.
9. Frente a la tendencia, natural
quizás en algunas culturas, a irse por las ramas no cabe otro remedio que
insistir una y otra vez en ir al punto, en fijar cuidadosamente la cuestión.
10. En cada ocasión, hay muchas
maneras de argumentar mal y quizás más de una de hacerlo bien. Este (ligero)
apartamiento de la regla de la multiplicidad del error y la unicidad de la
verdad se debe a que en la argumentación las cuestiones de estilo son
importantes. Como ocurre con los autores literarios, cada persona que argumenta
tiene su estilo propio y es él el que ha de esforzarse, primero, por
encontrarlo, y luego, por elaborarlo.
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